Dedican
cerca de ocho horas al día a la ingestión de su alimentación.
Aprehenden el alimento con su lengua ágil y áspera, y sus incisivos
inferiores les permiten cortar la hierba contra su almohadilla
dental; un ligero movimiento de la cabeza hacia atrás facilita el
corte de la hierba. Durante la masticación, las glándulas
salivares producen
la saliva para
la preparación del bolo alimenticio que, a través del esófago,
una visera tubular de naturaleza muscular, se dirige hacia el
estómago. Un bovino da unos 40 000 golpes de mandíbula al día
(10 000 durante la toma de alimento y 30 000 durante la
rumia).
Los bovinos
son rumiantes,
animales que digieren los alimentos en dos etapas: primero los
consumen y luego realizan la rumia, proceso que consiste en
regurgitar el material semidigerido y volverlo a masticar para
deshacerlo. Una característica distintiva de los rumiantes es
su aparato
digestivo poligástrico compuesto por cuatro
divisiones: tres preestómagos (el rumen o panza, el retículo o
redecilla y el omaso o libro) y por el abomaso o estómago
propiamente dicho; mediante la rumia y la utilización de estas
cuatro cámaras, el estómago de los rumiantes es capaz de aprovechar
los carbohidratos estructurales
presentes en las plantas (celulosa, hemicelulosa y
pectina).
El primer
compartimiento por el que pasan los alimentos es la panza o rumen; a
su entrada se encuentra un repliegue de piel, el canal esofágico,
que permite a la leche en los jóvenes y al agua en los adultos pasar
directamente del esófago al libro. El rumen es la cámara de mayor
tamaño, y representa cerca del 80% del volumen total del estómago.
Su pared está tapizada con papilas ruminales y contiene varios miles
de millones de microorganismos
(bacterias, protozoos y hongos) anaerobios que
degradan los glúcidos contenidos en la alimentación de los animales
para formar ácidos
grasos volátiles que son absorbidos por la
pared de la panza. Se trata de la principal fuente de energía para
estos bóvidos. Los principales ácidos grasos que se forman son
el ácido
acético, el ácido
propanoico y el ácido
butírico, que representan respectivamente el 60%,
20% y 15% de los ácidos grasos volátiles ingeridos durante una
alimentación típica a base de forraje, aunque las proporciones
varían considerablemente en función de la ración. También es en
la panza donde los rumiantes metabolizan las materias nitrogenadas
ingeridas, que son transformadas en amoníaco por
los microorganismos, que después utilizan para producir su propia
materia nitrogenada gracias a la energía proporcionada por
los glúcidos presentes
en la alimentación. Los microorganismos son ingeridos después por
el animal y las proteínas que sintetizaron son asimiladas en forma
de aminoácidos. En
condiciones normales, el pH en
el rumen puede variar entre 7 y 5,5 dependiendo la alimentación.
La saliva excretada
durante la rumia tiene una buena capacidad
tapón y permite mantener el pH en esos
valores.
El retículo o
redecilla tiene como función la retención de las partículas
alimentarias y movilizar el alimento digerido hacia el omaso o hacia
el rumen en la regurgitación del alimento después de la rumia. Las
partículas más gruesas son rechazadas hacia la panza antes de ser
masticadas otra vez en el proceso de rumia. Las más finas pueden
pasar hacia el omaso.
El omaso está
formado por finas láminas parecidas en cierta forma a las hojas de
un libro, de ahí que también reciba el nombre de libro o librillo.
El libro constituye una antecámara desde la cual pasa el bolo
alimenticio al cuajar, y es el encargado de la absorción del exceso
de agua contenida en los alimentos.
En el abomaso,
cuajar, o estómago propiamente dicho, se segregan los jugos
gástricos que someten al alimento a la
digestión enzimática de las partículas alimentarias y de las
bacterias provenientes de la panza. El cuajar está conectado con el
principio del intestino.
El intestino
delgado se encarga de la digestión y
absorción de nutrientes, y ya en el intestino
grueso, el ciego se encarga de la fermentación de
los productos de digestión no absorbidos, el colon de la absorción
de agua y minerales, y el recto recibe los materiales de desecho que
quedan después de todo el proceso de la digestión de los alimentos,
constituyendo las heces que serán expulsadas a través del canal
anal.
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